Dado que somos universitarias, nos toca de cerca, por deformación profesional, el ambiente propio del lugar donde, en la actualidad, nos estamos formando y, por ello, no podíamos dejar de rendir tributo en este mundo a una ciudad que se ha asociado al apelativo de "universitaria" por méritos propios: Salamanca.
Efectivamente, ¿ Quién, ante su mención, no la relaciona rápidamente con un epicentro de la Universidad y todo lo que ésta comporta?
Lo es y por excelencia. Su universidad es la más antigua de España (en 1255 fue ratificada por el Papa con el título de Universidad) y una de las más vetustas de toda Europa junto a las de Bolonia, la Sorbona, Oxford y Cambridge. Es decir, tiene un hueco de honor en la ilustre nómina de las más conspicuas del viejo continente. Ahí es nada.
No le van a la zaga en eminencia los hombres que, a lo largo de las más diversas épocas, sin que la institución haya perdido relumbre, pasaron por sus aulas, magnas ya simplemente porque ellos impartieron o recibieron clase en ellas: Fray Luis de León (cuya efigie preside la entrada), Fernando de Rojas, Antonio de Nebrija, Hernán Cortés, Luis de Góngora, el conde duque de Olivares, Miguel de Unamuno, Fernando Lázaro Carreter, Adolfo Suárez...
Sin embargo, no es su prolífica Historia lo que más atrae a los turistas que asiduamente la visitan. Es algo mucho más curioso y simpático, convertido ya en toda una tradición para el que se deja caer por la capital salmantina: en las prolijas tallas platerescas que adornan su impresionante y alambicada fachada, hay una rana escondida. La historia del batracio en tan insólito lugar, inapropiado para su naturaleza saltarina, tiene su razón de ser: cuenta la leyenda que el estudiante que logra descubrirla en la abigarrada amalgama escultórica, aprobará sin problemas sus exámenes. Por ello, no es extraño ver a los turistas dejándose los ojos en el escrutinio minucioso del conjunto para ver a la ranita, auténtica anécdota que hace las delicias de los visitantes. La rana era un icono reconocido que simbolizaba el pecado de la lujuria y fue esculpida para recordar a los estudiantes que tenían que centrarse en sus estudios y no en fiestas y desenfreno. Tendremos que aplicarnos aunque en la Universidad de Navarra no haya rana que valga...
Además, en las recientes restauraciones que se han realizado en la fachada, se ha emulado la ocurrencia y los encargados de llevarla a cabo han querido dejar huella de su trabajo en la obra introduciendo sus propias piezas: por eso, que no se os salgan los ojos de las órbitas si, por casualidad, reparáis en un astronauta y un dragón que empuña un helado de tres bolas... no fueron tallados por visionarios del s.XVI. Ni la bruja Lola...
Otros atractivos de la ciudad, no menos espectaculares, son las dos catedrales, (una románica y otra gótica) unidas por el Patio Chico, la Plaza Mayor barroca, realmente sobrecogedora, donde se ubica el ayuntamiento, y la curiosa Casa de las Conchas, cuya construcción data del siglo XV y que recibe su nombre por las 350 conchas de vieira que la cubren, distintivo de la orden de Santiago. Todos ellos monumentos construidos con una hermosa y peculiar piedra que tiñe la ciudad de un color rosado característico.
Os dejamos planteado un desafío, como no podía faltar aquí y como ya os adelantábamos en el título... ¿A que no encontráis la rana? Ya sabéis lo que os va en juego...
P.D: Para los tramposos que, no obstante su poca vista, no quieran quedarse sin verla.
Descriptores: Cultura, Artes visuales, Monumento histórico, Edificio universitario, Salamanca
Hemos usado el Tesauro de la Unesco
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